Bejís, partera del Palancia

Confieso mi debilidad por Bejís. La visito desde hace años porque aquí se alzan las sierras y el término Alto Palancia adquiere su pleno significado. Encantadora y un poco caótica, se asienta en su cerro rodeada de montañas muy respetables
 
 
Y ese cerro ampara pueblo y castillo en ruinas. Desde Viver hay dos caminos para llegar a Bejís. El uno pasa por Teresa y termina en Sacañet, pero antes ofrece una panorámica espectacular de Bejís como una apretada colmena en su roca. Por Torás (iglesia compacta, casi marcial), el camino pasa por una carretera donde, no hace mucho, un desprendimiento dejó al aire las pilastras de una urbanización nueva y pintada de color incierto, entre la carne de la calabaza y la flor de la aliaga. Tente mientras cobro. Se puede pasar con precaución.
Hacía una semana que vi en Castalla, muy lejos de aquí, una carretera reventada por un barranco en crecida. Varios de los lugares que he citado estuvieron englobados en el término de Bejís y, antes, en las posesiones del bastardo que el Rei Conqueridor engendró en doña Teresa Gil de Vidaure, y, poco después, entre las encomiendas de la Orden de Calatrava. El único que sigue ahí, cumpliendo cabalmente, es el río. El Palancia, que aquí es menos que mozo (bebé, en realidad), pero que un poco más abajo anima chorricos y saltos, reposa en balsas y pantanos, y nutre los olivares que producen algunos de los mejores aceites del mundo.
Pero hoy es domingo y toca ollica churra en El tren pita. Otro rito. Bajamos a la planta embotelladora de Los Cloticos y a la fuente que la alimenta y que es el pivote en torno al cual se organizan los senderos de recorrido más o menos largo y el área de esparcimiento con sus refugios y sus opulentas parrillas a cubierto para trabajar las magníficas carnes que se pueden comprar en éste y en otros pueblos de la comarca (tiene mucha fama La Herrerita de Viver). Bajan los excursionistas que han trepado a la cima de Peña Escabia. Aún más al norte y más cerca de la heladera turolense, están El Toro y Barracas. Pero aquí, al amparo del río, se alinean las caravanas de un camping y la línea fluvial está marcada por chopos, álamos y fresnos, desnudos como ascetas al legañoso sol de la tarde casi vencida.
Por debajo del acueducto pasa el camino a las dos Arteas, la de abajo y la de arriba. En una de ellas, en la casa que me prestó un amigo, viví como eremita durante varios días sin imponerme otra tarea que la de estar, escribir (si me lo pedía el cuerpo) y triscar por el monte, que aquí es una floresta con todo un repertorio botánico al alcance de los curiosos. Fui feliz, no sin lucha.
El acueducto, que dicen que es romano, ha sido restaurado con criterios imaginativos, un poco al estilo de Dino de Laurentis, pero da el pego. Es curioso que todo el ser de esta áspera serranía este trenzado de agua, aquí un regato, allá una fuente o un estanque: el mismo Viver, se apellida «de las aguas». Si van a Bejís por San Blas, 3 de febrero (el abogado de los oradores es titular de una ermita), tendrán fiesta del rollo, y la víspera, hogueras urbanas y torrà.

Parada y Fonda. Por Emili Piera

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